Salvador Dorta y Antonio Acosta se afanan en dar un buen baño a uno de sus gallos. Uno le agarra las patas y el plumaje al animal, mientras el otro le pasa una esponja bañada en un menjunje hecho a base de ron y cáscaras de naranja, a la vez que se esmera en procurarle pequeños masajes reparadores. "El ron sirve para refrescarlos y dejarlos lo más limpios y desinfectados posibles", explica el criador sin dejar de restregar. Después, el gallo se tumba al sol, hace algunos ejercicios atléticos, merienda carne, pescado o gofio y vuelve a la cama con la calefacción puesta en el punto perfecto.
Y es que los cuidados son pocos cuando se trata de buscar al semental perfecto. En esta ardua tarea aseguran que están los criadores de gallos de peleas de las Islas. "Para nosotros lo importante es mejorar la raza", confiesa Salvador Dorta, dueño de un criadero en Guía de Isora, con más de 200 gallos. "Y la única formar de asegurarnos de que el que procrea es el mejor es a través de los enfrentamientos", añade el ganadero.
Así, su finca se convierte en una especie de academia militar o gimnasio donde los gallos se preparan para convertirse en el ejemplar perfecto. Una superioridad que deberán demostrar en la gallera con un contrincante que, por supuesto, también aspira a lo mismo. "Entre los que ganan las riñas, elegimos a los mejores y eso son los que ponemos a tener crías", detalla Dorta.
Montan entonces su caja fuerte, el escondite del ADN perfecto. "Cuanto ya tenemos las parejas listas, las mantenemos en un lugar escondido y bastante cuidado. Para evitarnos robos y sustos", explica el aficionado a esta actividad. Allí, esta raza de gallos canarios, única en el mundo, continúa con su estirpe. "Son animales excepcionales, que gracias a la lejanía e idiosincracia del Archipiélago se han mantenido puros. Los buscan desde todos puntos del mundo", apunta Dorta.
Todo comienza a primera hora de la mañana. Antonio Acosta, el criador que Dorta mantiene en su finca para encargarse exclusivamente de sus gallos, los levanta para hacer ejercicio. "Los hago caminar, volar, moverse de aquí a allá... En definitiva, intento que se mantengan en forma", destaca Acosta. Para facilitar que los gallos sean lo más atletas posibles, sus habitáculos, de dos metros de alto y otros dos de ancho, cuentan con posaderos que invitan a subirse una y otra vez en ellos. "Lo importante es que no estén mucho tiempo quietos", añade su cuidador.
Y después de haber sudado la gota gorda, toca la hora del baño. Con una esponja, Acosta limpia y refresca, a base de ron, a los gallos. Muchas veces les da un pequeño masaje por sus articulaciones y huesos y luego los suelta en el revolcadero. "Y si el tiempo lo permite, se quedan allí cogiendo sol un buen rato", añade el sureño. El menú de la comida se basa en pienso hecho con grano natural pero en la merienda se saltan la dieta. "Les ponemos una sobrealimentación que puede ser carne, gofio con plátano, verduras...", explica el dueño de la finca. También revisan que no tengan ningún problema, herida o enfermedad, y para eso cuentan con un botiquín lleno hasta los topes.
Los gallos que están siendo preparados para competir reciben un trato especial. "Los que pensamos que ahora mismo son los mejores para la próxima pelea los separamos y los colocamos en estas camas", apunta Dorta señalando unos nichos con calefacción y aire acondicionado incluido. "Lo tenemos siempre entre 22 y 26 grados para que los animales no pasen frío", detalla el criador.
Entre las técnicas de entrenamiento se incluye hacerlos combatir en el ring con una mona, como se conoce a un muñeco que imita a un gallo. "Nunca los ponemos con otro gallo porque se pelearían y acabaría muriendo uno", destaca el cuidador. En esta zona de la finca también se encuentras las pesas y algunos carteles y fotografías antiguas de la celebración de un buen puñado de riñas de gallos con personajes populares incluidos.
Los animales están preparados para pelear aproximadamente a los 18 meses de vida, aunque Dorta asegura que el instinto de combate les viene de nacimiento. "Les tenemos que poner vallas con protección porque si no desde pequeños van a picarse", recalca el ganadero.
Por eso, cuando se le acusa de maltratador de animales, Dorta no lo entiende. "Son costumbres que hemos heredado. Desde pequeño he vivido esto y creo que lo único que hacemos es cuidar de una raza que de lo contrario no existiría" explica. Añade, además, que el nunca se ha lucrado con la riñas. "Jamás he hecho ni una apuesta y nunca he vendido un gallo", añade el sureño.
Dorta, que tiene una de las fincas ecológicas más importantes de Canarias, también aprovecha a los gallos para combatir el picado del plátano y mantener el equilibrio. Quizás así, encuentren esa otra utilidad para esta raza de gallos que parece condenada a desaparecer. En la otra parte, los contrarios a las peleas de gallos ven contradictorio que, para continuar con la raza, haya que condenarla al sufrimiento.